--Relato--
(Una experiencia de dolor)
Este testimonio
solo tiene la pretensión de que sirva como un elemento educativo. Es por ello que, si bien es real y no
contiene exageración alguna, autorizo a que se difunda en forma anónima.
Me internaron
para cirugía. El pos operatorio fue
sumamente doloroso. Los calmantes no alcanzaban hasta que me dieron algo muy
potente que equilibró la situación. Un
derrame de sustancias químicas no quirúrgicas (tinta china) que usualmente se
usa para la marcación de los tumores, usada en un estudio tres días anteriores
al hecho quirúrgico, hecha por otro
profesional ajeno al cirujano, se desparramó inflamando diferentes partes del
cuerpo.
Una operación
que debió durar dos horas, duró tres y media.
De allí las principales complicaciones.
Tenía sonda en el brazo, en la zona sexual (sonda vesical) y dos frascos
plásticos de drenaje alrededor de la cintura que continuamente se llenaban con
los fluidos que salían del cuerpo. No obstante con todo eso colgando me
obligaban a caminar porque debía expulsar gases, dado que mi intestino, si bien
no estaba paralizado, se encontraba en un estado de aletargamiento y se negaba
a funcionar con normalidad.
Comenzaron a
darme alimentos líquidos primero y sólidos luego. Pero casi cuando me estaban por dar el alta
se formó una obstrucción intestinal que obligó a ponerme una sonda
naso-gástrica de esas que se insertan por la nariz y atraviesan la garganta
hasta llegar hasta el estómago, para que la comida ingerida vuelva a salir por
el mismo lugar por donde entró, y una sonda rectal para que ayude con la
eliminación de gases. Esa sonda
naso-gástrica se parecía a un cuchillo que atravesaba mi garganta.
Estaba preso
en la cama sin poder moverme. Sentía que
mi espíritu se encontraba encarcelado dentro de la materia. Comienzo a defecar
en las sábanas, en forma abundante, las enfermeras no están cuando más se las
necesitan. Le dije a mi hijo que me
alcance el papagayo para poder orinar, pero no estábamos cancheros en esas
lides y cuando lo quitó lo volcó en las sábanas.
Sin poder
moverme, con el dolor que me producían las sondas y cables que me recorrían la
mayor parte de mi cuerpo, lleno de excrementos y orín y con una sonda que me
apretaba el cuello y se clavaba en mi estómago, es decir en un momento de mi
vida de mi más perfecta abyección humana, mi hijo que fue quien en ese momento estaba
al lado mío, se apiadó de mi y me ofreció en, su acostumbrado silencio, su mano
que apreté con fuerza y le dije casi sin aliento: “si Dios nos manda este dolor es porque lo merecemos, no reneguemos
del dolor, Dios sabe lo que hace. Aguantemos sin quejarnos y sin blasfemar,
Dios no tiene la culpa de nuestros pecados”. Estoy seguro que me entendió.
Acto seguido
le solté la mano para no impedir el libre paso de los líquidos que circulaban
por las sondas, elevé mi pensamiento a Dios y le dije desde el más sincero de
mis sentimientos: “gracias Señor por
el dolor, y te pido perdón por mis culpas del pasado de esta o de otras vidas.
Gracias por todo este sufrimiento que lacera mi cuerpo y lo llena de estiércol
pero que me ayuda a subir un pequeño pero gran escalón en la escala de la
evolución espiritual. Esa escala que no vemos donde comienza ni tampoco donde
termina”.
A continuación
un bálsamo de tranquilidad inundó mi espíritu, la ayuda no se hizo esperar,
vino al instante y allí comprendí que de nada sirven los títulos académicos ni
honoríficos. Que el orgullo, la
soberbia, la envidia y todos los males morales que suele padecer el ser humano,
Dios te lo los baja de un solo hondazo bien dado en el medio de la frente. De repente sos nadie. Y te das cuenta que
Dios es todo.
Pero ahora viene
lo mejor. Ya más tranquilo viene la
enfermera, me limpia, me cambia las sábanas, me deja totalmente higiénico. Le pido que apague la luz y yo que no soy
médium ni siquiera vidente, comencé a ver un destello de luz celeste, una luz
celeste celestial tirando a blanquecino que se encendía y apagaba suavemente
como un pulsar. Ya era de noche y no
podía venir de la calle, dado que mi habitación daba a techos vecinos internos
donde no existían carteles publicitarios.
Cerré los ojos con fuerza para volver a abrirlos, y allí estaba otra
vez esa luz celestial ganando en
intensidad luminosa y volviendo a apagarse lentamente. Un color que no era de este mundo. Repetí la
experiencia de la apertura y cierre de mis ojos cuatro veces más y la luz no me
abandonaba. Hasta que desapareció para ya no volver.
Inmediatamente
interpreté dos cosas:
1) Me estaban
protegiendo y cuidando los espíritus de luz.
2) Dios dio
por aprobada la prueba a la que me había sometido.
A partir de
allí todo comenzó a solucionarse mas aceleradamente hasta que me dieron el alta
ocho días más tarde de lo que se me había prometido antes de ingresar al
quirófano. Mi esposa y mis hijos nunca
me dejaron ni un solo minuto solo, Dios
y su pléyade de espíritus lumínicos tampoco.
Dijo Amalia: “si
no vas hacia el dolor, es porque de él vienes”.
Y digo yo: “el
dolor es el yunque donde se templa el espíritu.
Lo que no sabemos redimir con amor lo redimiremos con dolor”.
Relato extraido de la revista Horizonte de Luz, de nuestro ejemplar N° 107.
Una experiencia que un hermano de manera anónima, quizo compartir con nosotros y con nuestros lectores de la revista, y hoy con ustedes.
Muchas veces nos quejamos y renegamos en contra de la voluntad de Dios, cuestionandolo siempre...porque me pasa esto?? Porque a mí?? pero nunca preguntamos con humildad, para que me sucede?? que quieres que aprenda, hoy, con esto que me toca de experiencia??
Recibamos la luz del día que nos regala nuestro Dios y vivamos con alegría, que todo lo que nos sucede bueno o malo con dolor, sufrimiento o hasta con alegria seguro nos deja un "para que" sin un "por que".
Un cariño fraterno hermanos.
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